martes, 7 de julio de 2009

¿¡Desesperante!?

¿Es muy malo soñar con ser una persona más?
La gente es una raza en la que no todos son iguales; la mayoría sólo cumple su ciclo de vida y muere feliz así... a otros con eso no les basta para ser felices y buscan algo más. Logran algo que es diferente a lo que hacen los demás, con lo que siempre soñaron, y recién así son felices. Entonces la más básica diferencia entre las personas es qué las hace felices . Por qué luchan. No es mejor la persona que salvó al mundo que aquella que sólo formó su familia y vivió como una más. Sólo que la felicidad de una es más ambiciosa que la de la otra. ¿Está bien juzgar a una persona según qué es lo que la hace feliz? En el fondo, todos destinamos la vida a lograr aquello que nos hará felices, a lo que creemos que nos hará felices. Entonces, la persona que vive por los demás y que encuentra la felicidad en ello, ¿no es igual de egoísta que aquél que sólo se preocupa por su bienestar? Si, en el fondo, ambos buscan lograr eso en lo que consiste su propia felicidad... Una persona es feliz por aquello que su vida le fue marcando como detonante de felicidad. Y ¿puede una persona ser buena o mala por aquello que la vida le dio? ¿O es igual aquél que da todo por los demás que ése que los perjudica y es feliz así? Si, en el fondo, ambos hacen lo que hacen porque la vida los destinó a ello... Y ¿es culpable una persona del curso de las cosas que marcan su vida?

Y si así no fuese, el asesino no sufriría con total sinceridad su condena.

¿Puedo yo cambiar mi destino?
Con arrogancia me desespero al entender que desde un comienzo estuvo determinado que yo escriba esto, y que entonces, en el fondo, no soy yo quien toma decisiones sino que ello ya estaba determinado por el pasado, y que si tomo una decisión para cambiarlo todo, no estaré aún más que respondiendo a lo que ya está destinado a ocurrir...

¿En qué consiste, entonces, la esencia de una persona?
¿En un segmento ínfimo de las consecuencias de lo que ocurrió en una primera instancia infinitamente lejana?

sábado, 13 de junio de 2009

Marqués de Sade


El Marqués de la perversión. Imposible saber qué parte del proceso de civilización de una persona no dio en la tecla con él. Imposible saber qué visión tan diferente tenía del mundo, de su mundo, de todos los demás; qué valores ponía en qué orden, cuál era el principio más fundamental que regía su mente.
¿Y si fuese cierto que era puro libertinaje? Puramente dejar correr lo que un espíritu humano desprejuiciado desea más fogosamente. ¿Sería realmente un trastorno el ver el placer más puro en el sufrimiento de otro? ¿O sería la más espontánea humanidad manifestada en un llamado enfermo? Y cabe preguntar, ¿es la locura un estado excepcional en la mente, o se llama así a la falta de espontaneidad, de naturalidad en un humano?
Es difícil pensar en el sadismo como un estado natural. Tal vez fuese resultado del resentimiento hacia un aspecto del mundo, manifestado en la tortura a aquello imperceptiblemente relacionado con el factor que alguna vez hizo mal.
Ni el esfuerzo máximo de toda la humanidad, considerada ésta como aquellas mujeres y hombres que fueron y son, alcanzaría para comprender totalmente la enorme, desmesurada, inconcebiblemente compleja mente humana.

sábado, 28 de marzo de 2009

Que el momento desaparezca
desaparezcan las demás personas
desaparezcan los objetos mi reloj mi casa mi ciudad el planeta el sol las constelaciones
desaparezca mi cuerpo quede sólo mi conciencia en la nada
y de mi conciencia desaparezca el recuerdo
la escasa sabiduría
la noción
los sentimientos
desaparezca también mi subconciente
el sueño
la imaginación
el instinto
los impulsos
los deseos las ambiciones las capacidades
el razonamiento
que desaparezca todo lo que es, fue, creo que es y también lo que es y no lo creo
que dasaparezca todo
desaparecer yo y todo lo que me integra
que no quede nada-
que no quede nada.
-

martes, 10 de marzo de 2009

Después de todo, miraba por la ventana de aquél bar.

Nadie sabía que estaba ahí, tan lejos; no le interesaba que nadie lo supiera. En la mesa para dos ocupada de sólo un lado, ubicada justo ahí, al lado de la ventana grande de vidrio fijo, bordeadada por marco y contramarco de madera oscura, posando en aquella pared bordó con retratos en blanco y negro. En la mesa con mantel lavado, con un café (el mismo de siempre, pero ahora uno) y un cenicero ya usado sosteniendo un cigarrillo que se consumía solo. El sonido sedoso de la llovizna rozando suavemente el vidrio tan limpio, la música leve (algún jazz que hubiera ambientado un momento de inspiración para una charla de horas), la luz tenue y fría y de ese gris blanquecino.
El café se enfriaba.
La mirada no se movía, desenfocada, del charco ese, acomodado en la hendidura entre una baldosa blanca y una negra.
Inconsciente de la imagen que estaría dando, aunque no fuera del todo mala. Se había arreglado tan bien, o tal vez mejor, como cada vez que iban a ese bar, en la esquina pintoresca en que se habían conocido. Algunos apurados pasaban por la vereda y la veían: fijaban la mirada en los ojos grises, creyendo que así podrían levantarlos y disfrutar de aquella mirada. Pero ella no se percató. Su alma se iba en cada gota. Se iba por sus ojos grises que no veían. Se iba entre el vapor de aquél café. Se iba en el humo del cigarrillo abandonado. Se iba en las pisadas a aquél charco.
Se iba en la silla vacía enfrente suyo.
Se iba.
Se había ido.
Se había ido cuando él, finalmente, le dio la espalda.

Ella ya no estaba.

jueves, 5 de marzo de 2009


Quiero estar en un mundo en el que no haya nada más que mi conciencia levitando entre partículas de algún material volátil. No saber de otras vidas, no saber de otros mundos, no saber de placeres de ningún tipo, simplemente existir.
Tal vez así existiría un estado en el que no haga falta buscar el equilibrio entre lo bueno y lo malo, que siempre de tan ausente hace creer que está cuando en realidad se está en el extremo más lejano a él. Que simplemente no exista ni bueno ni malo, no haya diferencias, no haya otras cosas que generen preferencia ni discordancia, simplemente conocer el infinito, conocer que existo, que soy, y que la vida comienza y acaba ahí.